He tenido la idea de que el ser humano, sea quien sea, en algunos u varios momentos de su vida, ha tenido esa inevitable necesidad de amar y ser amado.
Siempre he creído, que de todas las sensaciones que hay en el mundo, la que evoca el amor, es la más fuerte. Es un arma de doble filo, pues nos puede ofrecer la mayor de las alegrías, como la más absoluta depresión.
Sin embargo nos arriesgamos. No queda otra. En nuestra vida, prácticamente a diario, tenemos que tomar decisiones, elegir caminos ciegos que nos llevan a metas que no nos llevan a ningún lugar. Podemos tener miedo a las repercusiones, podemos vacilar en el intento, pero en el subconsciente, tenemos muy claro que la satisfacción de ganar es mucho más potente que la insatisfacción de perder.
Lo mismo pasa con el amor. Con el querer. Nadie renuncia a él, nadie rechaza una buena propuesta para nuestro corazón.
-Yo ya no quiero tener más relaciones. Después de lo último, prefiero quedarme como soletera.
¡MENTIRA! De sobra sabes, que de llegar alguien “clave”, no renunciarás.
En fin. Nos gusta querer. Nos gusta porque nos abre una gran puerta de sensaciones maravillosas que de otra forma no podríamos experimentar.
Nos gusta ser queridos. Nos gusta porque alegra que alguien se preocupe por uno, que nos digan palabras de aprecio y compresión.
Todos, sin excepciones, tenemos la necesidad de querer y ser queridos.